domingo, 2 de mayo de 2010
El que tenia alas
El doctor Harriman se detuvo en el pasillo de la sala de maternidad y preguntó: — ¿Cómo va esa mujer de la 27?
Había lástima en los ojos de la enfermera jefe, regordeta y pulcramente vestida, cuando respondió: —Murió una hora después del nacimiento de su bebé, doctor. Estaba mal del corazón, ¿sabe?
El médico inclinó la cabeza, con gesto pensativo en el rostro enjuto y bien afeitado. —Sí, ahora recuerdo ...; ella y su esposo fueron dañados por una explosión eléctrica que hubo en el subterráneo hace un año, y el esposo falleció recientemente. ¿Cómo está el bebé?
El doctor Harriman se detuvo en el pasillo de la sala de maternidad y preguntó: — ¿Cómo va esa mujer de la 27?
Había lástima en los ojos de la enfermera jefe, regordeta y pulcramente vestida, cuando respondió: —Murió una hora después del nacimiento de su bebé, doctor. Estaba mal del corazón, ¿sabe?
El médico inclinó la cabeza, con gesto pensativo en el rostro enjuto y bien afeitado. —Sí, ahora recuerdo ...; ella y su esposo fueron dañados por una explosión eléctrica que hubo en el subterráneo hace un año, y el esposo falleció recientemente. ¿Cómo está el bebé?
La enfermera vaciló: —Un niño sano y hermoso, excepto .. .
—¿Excepto qué?
—Excepto que es jorobado, doctor.
El doctor Harriman maldijo con lástima: - ¡Qué horrible suerte la del pobre diablo! Nacido huérfano, y además deforme.
Dijo con súbita decisión: —Veré a la criatura. Quizá podamos hacer algo por él.
Pero cuando la enfermera y él se inclinaron juntos sobre la cuna en la que el pequeño y rubicundo David Rand yacía berreando vigorosamente, el doctor sacudió la cabeza:
—No, no podemos hacer nada por esa espalda. ¡Qué lástima!
El pequeño y enrojecido cuerpo de David Rand era tan normal y bien formado como el de cualquier otro bebé ... excepto por su espalda. Detrás de los omóplatos de la criatura sobresalían dos prominencias encorvadas, una a cada lado, que se. curvaban hacia las costillas bajas.
Esas dos gibas gemelas eran tan largas y continuas en su curva saliente, que apenas parecían deformidades. Las expertas manos del doctor Harriman las palparon suavemente. Entonces una expresión de perplejidad atravesó su rostro.
—Esto no parece ninguna deformidad ordinaria —dijo confundido—. Creo que las miraremos a través de los rayos X. Dígale al doctor Morris que vaya preparando el aparato.
El doctor Morris era un hombre joven, pelirrojo y fornido, que también miró con lástima al rubicundo y lloroso bebé que se encontraba frente a la máquina de rayos X, más tarde.
Murmuró: —Difícil esa espalda del pobre chico. ¿Listo, doctor?
Harriman asintió: —Adelante.
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